16/4/09

Minimalista


Hay veces en las que me gustaría llevar una vida minimalista. Una vida como la noche, en la que amainan los ruidos y se pueden abrir los ojos en la más absoluta oscuridad, sin ver nada, sin que nada te distraiga. Cuando se puede disfrutar del silencio y cuando sientes que todo lo que te rodea es insignificante.

A la mayoría de nosotros nos sobra mucho de todo. Vivimos en el agobio de no encontrar un espacio vacío. En todas partes hay alguien o hay algo. Nuestro mundo ha perdido la belleza innata de lo natural, la alegría de lo simple, la tranquilidad del vacío. El deseo consumista de esta sociedad nos ha hecho perder el gusto de gozar la armonía de lo simple, de la nada.

El minimalismo por definición se refiere a la máxima expresión con la mínima construcción: equilibrio, silencio, simplificación al máximo de lo superfluo.
Yo creo que se deberían imponer unas buenas dosis de minimalismo a nuestras vidas porque, donde hay superabundancia, aparecen los contrastes, la avaricia y la vanidad.
Simplificar la vida conlleva el convencimiento de que son muy pocas las cosas verdaderamente necesarias, y además ver y entender que todo lo que sobra afea. Todo lo que es adorno, todo lo que se puede suprimir sin que lo esencial se resienta, es contrario a la belleza, y en nuestra sociedad, tan barroca de necedades, mentiras e hipocresías, resulta casi imposible descubrir la importancia de eliminar todo lo que sobra en nuestras vidas para dar paso a la creación de espacios despejados, vacíos, donde se restaure la humanización, el respeto, y la comunicación, porque tanto exceso nos impide gozar la sublime belleza de la nada.

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