28/12/10

Personificar

Desde hace no mucho tiempo le pongo nombre a todo. A todo. Pensé que, ¿porqué mi guitarra, mi ordenador o mis muñecos eran los únicos con derecho a tener nombre? No son más humanos que mi lámpara, o mi espejo. No los aprecio más que mi silla o mi almohada. ¿Qué sería de mí sin ellas? Tampoco es que los adore y quiera personificarlos. No estoy loca. Pero eso no quiere decir que no los aprecie. Sé ver su valor. No su valor económico, si no el valor que deriva de su uso. Sin mis gafas no vería. Sin mi reloj las pasaría putas para saber la hora porque nunca sé donde dejo a Jack, mi móvil.

No les pongo nombres para no sentirme sola. Porque para empezar no lo estoy. Pero ponerles nombre es como darles más importancia. Y no lloro y echo de menos cuando se me acaba algo. Calimero, por ejemplo, mi pasta de dientes murió, por decirlo “humanamente”. Y sus descendientes también. Actualmente me acompaña Calimero Tercero. Ni Eusebio, mi cepillo de dientes, ni yo, echamos de menos a los otros. Pero valoramos a este.

He dicho que no estoy loca. Pero la verdad, lo parezco. Porque cuando estoy en el salón con mis padres y les digo, “me voy a la Luna” se quedan extrañados y ciertamente preocupados hasta que caen en la cuenta de que llamo Luna a mi habitación. Supongo que cuando caen en la cuenta siguen quedándose extrañados y ciertamente preocupados.

Humanizar muchas veces significa deshumanizar. Lo nuestro es más nuestro cuando le ponemos nombre. Por ejemplo, pensemos en Gato. El gato de Holly Golightly. Ella no quería ponerle otro nombre más que lo que es. Y eso creo que está bien para que la cosa en sí no pierda su identidad. Algunas cosas por tanto las llamo lo que son. Pero como si ese fuera su nombre. Mi marioneta se llama Marioneta. Porque es una palabra muy bonita. Mi lámpara se llama Pimientos. Porque la verdad es que lo parece. Mi cama Gramola. No es un nombre como tal, pero no es lo que es, así que lo considero un nombre. Mi guitarra es Ginebra. Mi ordenador es Colette. Bueno, todo tiene nombre.

A veces se me olvidan. Pienso que además de una tontería como una casa esto de ponerle nombre a todo es bueno para la memoria. Porque la estimula y tal. También me sirve para sentirme un poco idiota cuando me quedo pensando y me desespero porque no me acuerdo del nombre de una libreta. Como si no tuviera cosas más importantes en las que perder el tiempo.

En fin, cada uno es como es.