
No vivimos en un mundo libre. No quiero decir con ello que estemos sometidos por alguien en particular, ya que ese alguien somos nosotros mismos, pero hay personas que controlan nuestra forma de pensar.
Los estereotipos son imágenes asimiladas por el individuo, simplificadas e incluso caricaturizadas de alguna realidad social. Generalizan a cerca de géneros, comportamientos y formas de vida, fijando ideas de lo que es “típico” para un determinado grupo de personas. Funcionan de la misma manera que los prejuicios. Se discrimina aquello que no es deseable.
Los principales estereotipos los crea la publicidad. Las grandes empresas, que nos martirizan con publicidad en todos los medios de comunicación, en la calle, en tu casa, y hasta en ti mismo, trabajan con expertos mercadólogos, psicólogos, sociólogos, antropólogos y algunos más para reflejar en cada anuncio aquello que anhelamos, deseamos o creemos necesitar.
La mujer ideal es concebida como ser siempre feliz, espontánea, inteligente, respetable, deseable, e influyente. No contradice lo que les dicen, es complaciente y servicial y físicamente es perfecta, delgada, atlética, esbelta, con facciones delgadas y delicadas.
Por muy independiente o inmutable que te creas, en algo siempre querrás parecerte a una mujer de esas y si no eres así tienes por tanto la necesidad de comprar algo o de hacer algo para serlo.
También están los estereotipos sociales.
Esto es, si tienes entre 16 y 21 años lo que tienes que hacer todos los sábados es salir e ir a un botellón. Si no lo haces no formarás parte del estereotipo de joven, y ya eres raro.
Con todo ello es difícil querer algo o que te guste algo sin tener que preguntarte si es apropiado para ti, o qué pensarán los demás, si vas a ser considerado inferior por tus gustos o tu apariencia. Pero lo peor es tener que cambiar algo que te guste de ti mismo para complacer a otras personas.