22/8/10

El Camino de Santiago


Verde. Árboles por todas partes. Robles. Pinos. Eucaliptos. Hayas. Hiedra trepando por los troncos. Helechos bajo el cielo encapotado de ramas y hojas. Y agua. Riachuelos. Ríos. Fuentes. Y los correspondientes puentes. De piedra enmohecida y cubierta de musgo.


El camino transcurre durante su mayor parte por bosques. Por tanto casi no se ve el sol. Y por eso hace frío. Incluso cuando no llueve. Porque cuando llueve, llueve. Pero también es cierto que tiene sus partes “feas”. Las que transcurren al lado de la carretera. Donde no hay árboles. Y el sol hace meya. Menos mal que Santiago de Compostela está al oeste, y si se camina durante la mañana (como debe de ser) el sol siempre queda a la espalda. Luego vuelve el bosque. A veces con enormes praderas verdísimas con vacas pardas pastando. Luego una cuesta arriba larguísima. Y luego caminas en plano, y después otra cuesta arriba. En Galicia no todo lo que sube baja. Pero después de tanto andar, y tantas subidas, cuando llega una cuesta abajo no sabes que es peor. Si subir o bajar. A tus piernas les duele todo. Y los pies piensan que incluso descalzos sobre el pedregoso camino irían más cómodos. Pero toca seguir. Sí, porque si llegas más tarde de la una del mediodía al albergue, éste ya está completo. Y toca andar, andar y andar otros interminables cinco kilómetros hasta el próximo albergue que seguramente ya estará lleno también.


Pero se llega. Enormemente cansado y muerto de hambre, con las piernas temblando del dolor y la espalda hecha un higo por las contracturas surgidas de llevar la mochila, te toca esperar a que el encargado del albergue rellene la ficha con tus datos y te selle la credencial. Diez minutos. Un auténtico suplicio. Pero luego llegas a tu litera, dependiendo del albergue, será una litera preciosa, de madera, la cama ancha, el colchón no demasiado desgastado, el baño limpio y cómodo, o será una cama de metal, que chirria si te mueves, que tiembla todo si el de abajo se rasca una oreja, con el colchón tan sucio que prefieres dormir con las vacas, con el baño tan “publico” que no existe la intimidad, y tan concurrido que te toca esperar y esperar, y cuando por fin puedes entrar casi te arrepientes de haberlo hecho. Pero aun con todo eso, qué bien se duerme. Si llevas tapones para los oídos y no te despiertan los ronquidos de nadie, duermes del tirón. Es lo que tiene estar tan cansado. Lo malo es que toca madrugar. La mayor parte de la gente (los que acaban las etapas, unos 25 Km. De media) se levantan a las cuatro de la mañana. Recogen en sumo silencio y oscuridad y se marchan para no ver el paisaje y tropezarse con todas las piedras. El resto se levantan a las seis. Los que no tienen prisas y prefieren disfrutar más el camino. Ya puedes hacer ruido porque no hay nadie más. El aseo da un poco de asco, pero qué más da. Te desayunas medio bar y a caminar. Más bosques, más ríos. Más cacas de vacas de caballos y vacas. En vez del Camino de Santiago parece el Camino de la Caca de Vaca. Porque muchas de ellas se pasean por las calles de los pueblos. Los pueblos que son de tres casas. Contadas. Por tanto hay cerca de 50 minipueblos en los últimos cien kilómetros. Luego están Sarria, Portomarín, Palas de Rei y Arzúa que son más grandes. Donde se puede encontrar (tan sólo por las calles ya sean grandes o pequeñas, por las que pasa el Camino) todo lo necesario para el peregrino. La Cruz Roja, el estanco, la farmacia, el banco, el Mercadona, bares, albergues y tiendas de suvenires a mansalva. Si dejas de ver algo de todo eso sabes que te has perdido. Le preguntas a alguien. Sabes que te ha respondido en castellano porque has entendido “flecha amarilla”, pero tiene un acento gallego tan arraigado que no has pillado nada más. Pero bueno, tarde o temprano ves una flecha amarilla, “yellow arrow?” preguntan los ingleses. Y la sigues. Sales del pueblo y otra vez bosque. Andar. Caminar. Y parada técnica. En las paradas técnicas, que normalmente es detrás de un muro, una casa de piedra o un bosque muy frondoso, la gente o repuesta combustible, o depone desperdicios. Por eso no hay que adentrarse demasiado en esos sitios. No sabes lo que te puedes encontrar. A veces, cuando pasas detrás de un gran árbol oyes un suspiro. Eso es que hay alguien detrás descansando. Y en el suelo si algo no falta son los papelillos del Compeed Ampollas. Casi que te puedes guiar por eso en vez de por las flechas amarillas.
Los mojones. Cada medio kilometro uno. Indican cuanto falta para llegar a Santiago. El primero que vi fue el de 111,5 km. El del km 100 está hecho una pena. Todo el mundo deja un pequeño mensaje escrito. Y una piedra encima. Otro que alegra la vista encontrar es que indica que has dejado la provincia de Lugo para entrar en A Coruña. Hay cola para hacerse una foto en ese mojón. Pero durante el Camino se ven muchas más cosas curiosas. La gente deja camisetas, zapatos, gafas, mensajes, cartas, en cualquier parte. A veces ves una placa conmemorativa a alguien que murió haciendo el camino. Normal. Si vierais como pasan los que hacen el camino en bicicleta piensas que tarde o temprano se matan todos. O se quedan al final de una cuesta abajo pegados a las zarzas. Van escopetados gritando “bici” o “derecha” o tocan el timbre y cuando pasan dicen “Buen camino” y tú gritas “Buen camino”. Ese el saludo de todos los peregrinos. Cada vez que alguien te adelanta o cuando tú pasas a alguien siempre hay que decir eso. Y todos sonríen. La gente es increíblemente simpática. Algunos alemanes dicen “buen viaje” en vez de “camino”. Alguien les habrá tomado el pelo. En el camino puede se distinguir claramente de qué país o comunidad son todos. Porque los catalanes hablan en catalán, los murcianos hablan a gritos, los madrileños tienen mucha prisa, los andaluces no acaban las palabras, cuando vas a hablar con un italiano y le preguntas en inglés dicen “we don’t speak americano”, los ingleses buscan el sol en los bares y dicen cosas raras como "apple?" señalado el cielo (miro para arriba y digo "yes, apple tree" será que tenían hambre), los alemanes llevan la bandera alemana en alguna parte, etc. Y con quien te cruzas en el camino, te cruzas y te vuelves a cruzar. Porque te adelantan, pero luego se paran a descansar y los pasas. Pero todos vamos a parar al mismo albergue. Ellos salen a las cuatro, nosotros a las seis, pero te los encuentras en la misma pulpería de Melide comiendo su famoso y riquísimo pulpo. Salimos después pero los vemos haciéndose fotos con una vaca o en un mojón y los adelantamos. Y al final del Camino, allí en Santiago estamos todos en la misma cola, de unas doscientas personas, esperando para que nos den la Compostela o esperando para dejar las mochilas, o esperando para abrazar al Santo, o esperando para coger el autobús. Generalmente no cruzas con ningún extranjero, por el tema del idioma, más que cuatro frases en un pésimo inglés, pero los ves tantas veces, y has pasado tantas cosas con ellos, que es como si los conocieras de toda la vida. Con los españoles se habla más. Te cuentan siempre lo mismo, de dónde son, de dónde salieron, qué les duele, qué les gusta del Camino, qué tal el albergue donde durmieron anoche y después el famoso “buen camino”. Algunos del cansancio o de tanto decirlo ya sólo dicen “bamino”. Pero se les entiende. A los extranjeros se les pregunta “where are you from?” “Germany”, me dijo una chica que parecía un anuncio de chocolate suizo. Rubia, con dos trenzas, rosa y alargada. Pero muy simpática. Durmió a mi lado. Nunca había dormido con tanta gente distinta. La primera noche con un checoslovaco muy hippie, la segunda con niño de unos ocho años tonto perdido que no paraba de encender su linternita azul, luego con una canaria muy simpática que no tuvo ningún reparo en contarme su vida en pelotas después de ducharse. Y mucha más gente. De todas las edades, ciudadanías y condiciones. Había una pareja que tenía dos hijos gemelos de pocos meses, y que no sólo cargaban con sus mochilas si no que empujaban los carricoches. Había un joven alemán, que podía andar pero muy a duras penas y que iba en silla de ruedas. Ese se gana el cielo seguro. Hay de todo. Menos masajistas. Un podólogo se hacía de oro si montara una consulta en medio del bosque. La verdad es que otra forma para cerciorarte de que estás llegando a Santiago es que cada vez ves más gente cojeando. Más gente con vendajes. Más gente con dos palos. Más gente descansando.


El Camino de Santiago, Itinerario Cultural Europeo, es sin duda una de las principales fuentes de ingresos para la Comunidad de Galicia. Miles de turistas cada año andan mínimo cien kilómetros para poder ver la catedral. Llegan más turistas andando que en coche, avión o tren juntos. Y la verdad, es que merece la pena. Los paisajes son preciosos, la gente y la convivencia con ellos son dignos de reconocimiento. La experiencia es única y las ganas de volver aparecen nada más marcharse. Porque ver la catedral en la plaza Do Obradoiro, se experimenta una sensación de objetivo cumplido y de realización personal emocionante. Porque llegar merece un esfuerzo estoico. Porque los pies no van a olvidarlo fácilmente. Hay quien sólo tiene ampollas, pero otros tienen esguinces, o tendinitis, o han perdidos varias uñas o les han puesto un par de puntos. Y al llegar, si haces no se qué cosillas religiosas, obtienes la indulgencia plenaria. Si no las haces pero tienes la Compostela se te perdonan los pecados. Pero si vuelves a pecar (como yo) aunque no vayas de cabeza al cielo, te aseguras de que tus pies, al menos, si irán.


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